«¿Debería haber sido diferente? ¿Lo hice mal al no cumplir con las expectativas que tenía la otra persona?»
Esa pregunta se repite como un eco en la cabeza, a veces susurrando en la tranquilidad de la noche, a veces explotando como un trueno en mitad del día. Es el miedo a perder la conexión con alguien que nos importa, el miedo a haber fallado, a no haber sido suficiente. Y cuando ese miedo se instala en el pecho, se siente como un peso imposible de soltar.
Es un sentimiento universal. No importa cuán racional intentes ser, cuántas veces te digas que no puedes controlar lo que el otro espera de ti, que no puedes vivir midiendo cada acción según el listón de expectativas ajenas. Aun así, el temor se queda ahí, aferrado como una zarza.
Cuando el miedo se convierte en un espejo distorsionado
Lo más frustrante de todo esto es cómo la mente juega con nosotros. Recordamos cada interacción, analizamos cada palabra, cada gesto, tratando de descifrar dónde estuvo el error. ¿Debería haber dicho algo diferente? ¿Habría cambiado algo si hubiera sido más paciente, más atento, más fuerte, más flexible?
Es un ejercicio agotador y, en muchos casos, sin sentido. Porque la verdad es que, en la mayoría de las situaciones, no hay una respuesta definitiva. No hay un único camino correcto. Pero el miedo nos hace vernos a nosotros mismos a través de un espejo distorsionado, uno que solo refleja lo que creemos que hicimos mal y no lo que realmente ocurrió.
La trampa de querer ser todo para alguien
Nos enseñan que el amor, en cualquiera de sus formas, es comprensión, apoyo, entrega. Pero hay una línea delgada entre el deseo genuino de conectar con alguien y la necesidad de encajar en una versión idealizada de lo que creemos que esa persona espera de nosotros.
El problema es que nunca sabremos con certeza cuáles son esas expectativas. A veces, ni siquiera la otra persona lo sabe con claridad. Y si intentamos ajustar cada parte de nosotros para encajar en un molde invisible, lo único que conseguimos es perdernos a nosotros mismos en el proceso.
Cuestionar la historia que nos contamos
Aquí está la clave: no es solo el miedo a perder la conexión con la otra persona lo que nos atormenta, sino la historia que nos contamos sobre lo que eso significa. ¿Y si no fallaste? ¿Y si simplemente estabas siendo tú mismo, y eso no fue suficiente para esa situación en particular, pero no porque haya algo mal contigo, sino porque algunas cosas simplemente no están destinadas a encajar?
A veces, lo que sentimos como una pérdida es, en realidad, un reajuste necesario. No significa que la conexión no fue real. No significa que no valiera la pena. Solo significa que las relaciones evolucionan, y a veces, esas evoluciones nos llevan por caminos distintos.
Abrazar la incertidumbre sin rendirse a ella
Es imposible vivir sin miedo a perder. Es parte de lo que significa importar y ser importado. Pero podemos aprender a no dejar que ese miedo nos controle. En lugar de preguntarnos si hicimos algo mal, tal vez la pregunta que debería guiarnos sea: ¿Estoy actuando desde el miedo o desde la autenticidad?
Si la respuesta es miedo, entonces es una señal de que estamos tratando de forzar algo, de encajar en un lugar donde no necesitamos encajar. Pero si la respuesta es autenticidad, aunque duela, aunque signifique soltar, entonces estamos en el camino correcto.
La conexión emocional verdadera no se basa en la perfección ni en el cumplimiento de expectativas. Se basa en la voluntad de mostrarnos como somos y en encontrar a quienes estén dispuestos a hacer lo mismo. Y cuando eso ocurre, no hay miedo que pueda separarnos de lo que es genuinamente nuestro.