«¿Por qué sigo fracasando en esto, por mucho que lo intente?»
Quizás esta frase te ha pasado por la cabeza más de una vez. En voz baja, como un susurro cargado de rabia y tristeza. O gritándola en tu mente mientras te miras al espejo con decepción. El peso del pasado, ese que arrastras como si fuera una maleta llena de piedras, puede hacerte dudar incluso de lo poco que aún crees que eres capaz de hacer bien.
Y es que el fracaso, cuando se repite, no solo hiere. Se convierte en una sombra. En una voz interna que, aunque no siempre grita, nunca se calla del todo. Una que te dice que mejor ni lo intentes. Que ya sabes cómo termina esta historia.
Pero… ¿y si no es así?
Lo que no se ve desde fuera
Desde fuera, la gente ve lo que uno quiere mostrar. Una sonrisa que funciona como disfraz. Un “todo bien” automático cuando por dentro hay una mezcla de miedo, rabia y cansancio. Porque no es solo el fracaso lo que duele… es el eco que deja. Es esa vocecita que dice: “ves, otra vez te salió mal”.
Y entonces, todo se contamina. Una nueva oportunidad se siente como una trampa. Una decisión que parece buena empieza a oler a amenaza. Porque cuando uno ha fallado, el recuerdo no es solo emocional… es corporal. El corazón late más rápido, las manos sudan, la mente se adelanta a lo peor.
Y qué injusto es eso, ¿no? Que el pasado siga metiendo la cuchara incluso cuando estás intentando algo diferente. Que una versión tuya de hace años sea la que tenga el volante ahora.
No es solo inseguridad. Es duelo.
Porque sí, lo que a veces se llama “inseguridad” también puede ser una forma de duelo. Duelo por la versión tuya que lo intentó con todas sus fuerzas y no lo logró. Por ese amor que pusiste en alguien que no lo valoró. Por ese sueño que te hacía levantarte con ilusión y terminó desmoronándose en tus manos.
Y como todo duelo, tiene su proceso. Hay días de negación, otros de rabia, muchos de tristeza. Y también momentos de aceptación, aunque sean breves, en los que empiezas a sospechar que no todo está perdido.
Pero claro, ¿cómo confiar de nuevo si ya lo diste todo y no fue suficiente?
El tarot, el espejo interno
Aquí es donde muchos buscan respuestas. Algunos miran al tarot como si fuera una receta mágica, pero quienes de verdad se acercan con el corazón abierto saben que no se trata de eso. No te dice lo que hacer como un jefe estricto ni te promete lo imposible. Lo que hace es reflejar.
Es un espejo, pero uno que va más allá de lo físico. Te muestra lo que llevas dentro, lo que escondes incluso de ti. Y sí, a veces duele. Porque ves cartas que hablan de traición cuando creías haberlo superado. O una torre cayendo justo cuando pensabas que todo estaba tranquilo. Pero también están el Sol, la Estrella, el Loco… que hablan de nuevas posibilidades, aunque ahora no lo veas.
¿. Que esa intuición que creías dormida está viva, esperando que la escuches. Que no todo está escrito, pero sí todo puede ser interpretado con una mirada nueva.
Las cicatrices no son señal de debilidad
A veces confundimos haber fallado con ser un fracaso. Como si una mala racha nos definiera para siempre. Como si no tener éxito en el amor, en lo laboral o en lo personal nos convirtiera en una causa perdida.
Pero eso no es verdad.
Las cicatrices, aunque duelen, también son prueba de que sobreviviste. De que lo intentaste. De que, a pesar del miedo, volviste a dar un paso.
Y eso tiene un valor enorme.
¿Sabes qué pasa? Que nadie enseña cómo reconstruirse sin volverse de piedra. Cómo confiar sin volverse ingenuo. Cómo avanzar sin tener todas las respuestas. Pero eso no significa que no se pueda.
Pequeños pasos, no promesas vacías
Quizás lo primero no es “confiar otra vez”. Quizás es solo no huir. Sentarte contigo, con tus miedos, con tus heridas abiertas, y no taparlas con prisa. Escucharlas. Entender que no eres el único. Que sentirte inseguro no te hace débil, sino humano.
Y desde ahí, desde ese punto honesto y sin máscaras, empezar de nuevo. No para demostrar nada a nadie. Ni para cumplir con lo que otros esperan de ti. Sino porque tú mereces experimentar algo distinto.
¿Y si esta vez fuera diferente?
No porque el mundo haya cambiado. Sino porque tú ya no eres la misma persona de antes. Tienes otra mirada. Tienes más preguntas, sí, pero también más fuerza.
Puedes empezar con una carta. Una conversación. Un diario. Una respiración consciente. Un sí que antes era no. Un «lo intentaré» donde antes solo había miedo.
Lo invisible también cuenta
Nadie ve los cambios internos al principio. Nadie aplaude cuando decides no rendirte en silencio. Pero ahí es donde empieza todo. No en las grandes decisiones, sino en los pequeños actos de resistencia contra la resignación.
No estás roto. Estás en construcción.
Y tal vez, lo que llamas “inseguridad” no es otra cosa que el alma tanteando con cuidado un camino nuevo, sin querer volver a tropezar donde ya dolió. Eso es sabiduría. No debilidad.
Así que sí, a veces el fracaso deja cicatrices profundas. Pero también abre grietas por donde entra la luz.
Y esa luz, aunque ahora sea tenue, podría ser el principio de todo lo que siempre pensaste que no era para ti. Tal vez hoy no puedas verlo… pero está ahí.
Esperando.
¿Te atreves a mirar hacia adentro?