El apego a tu ex explicado desde el Tarot de Jesús

“¿Por qué sigo tan atada emocionalmente a mi ex, si ya no estamos juntos?”
Una amiga me lo preguntó hace poco con los ojos llenos de tristeza y confusión. Y no era la primera vez que lo escuchaba. Quizá tú también te lo has preguntado en voz baja, justo antes de dormir o al ver una foto que no has tenido el valor de borrar.

Hay algo extraño, casi invisible, que nos une a quienes amamos, incluso cuando ya no están. Ese “algo” es más que nostalgia. Es más que dolor. Es apego. Y no se va simplemente porque decidamos borrarlo del móvil o eliminarlo de Instagram.

Lo que mucha gente no sabe es que el apego emocional no siempre tiene que ver con el amor… al menos no con el amor sano. A veces tiene más que ver con una promesa no cumplida, con lo que creímos que iba a ser, con esa versión de nosotros mismos que solo existía a su lado.

¿Y si el dolor no es solo por lo que perdimos… sino por lo que ya no somos sin esa persona?

Muchos de los que llegan al Tarot de Jesús no vienen buscando respuestas sobre el futuro. Lo que realmente buscan es entender el pasado. Por qué les duele tanto. Por qué no pueden soltar. Por qué parece que nadie más llena ese vacío. Lo que quieren, aunque no siempre lo digan en voz alta, es una forma de cerrar el ciclo sin tener que arrancarse el alma en el intento.

Y créeme, no están solos.

Hay quienes siguen amando a su ex después de años. Y no porque esa persona siga siendo adecuada, sino porque el alma no entiende de relojes. Porque el corazón, ese rebelde, se queda a vivir donde sintió que alguna vez fue visto de verdad.

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A veces no extrañas a la persona, sino a cómo te hacías sentir cuando estabas con ella.

Es duro. Duele más de lo que uno cree admitir. Porque detrás de ese apego suele haber preguntas que se clavan como espinas:
— ¿Y si no vuelvo a sentir eso con nadie más?
— ¿Y si él era “el bueno” y lo dejé ir?
— ¿Y si el problema soy yo?

El apego emocional es como una canción que se te queda pegada. No importa cuántas veces cambies de emisora, siempre hay algo que te la recuerda: un perfume, un lugar, una canción tonta en la radio. Y ahí estás otra vez, preguntándote si él o ella también piensa en ti de vez en cuando.

Y a veces, lo hace. Porque el lazo energético entre dos personas que se amaron no se corta tan fácil. Ahí es donde entra el tarot, no como una adivinación mágica, sino como una herramienta que te ayuda a ver con claridad lo que tu corazón no puede entender solo.

En una tirada sincera, como las que hago desde el Tarot de Jesús, muchas veces aparece El Diablo. Una carta incómoda, sí, pero muy reveladora. Nos habla del apego, de las cadenas que no vemos pero sentimos. Nos habla del miedo a estar solos, de los patrones que repetimos, de los vínculos tóxicos disfrazados de amor eterno.

Otras veces aparece La Luna, que refleja confusión, ilusiones… y también secretos que ni siquiera nos contamos a nosotros mismos. Porque hay algo que no siempre reconocemos: a veces, el apego es una forma de castigo. De seguir haciéndonos daño porque sentimos que lo merecemos. Porque en el fondo, no nos perdonamos por lo que hicimos… o por lo que no hicimos a tiempo.

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Entonces, ¿cómo se suelta?

No hay una receta mágica. Pero sí hay pequeños actos que funcionan como llaves. Uno de ellos es reconocer lo que realmente extrañas. ¿Es a esa persona… o a la idea que construiste? ¿Es el amor… o el consuelo de no sentirte sola?

Otro paso importante es aceptar que no necesitas cerrar con un “final feliz” para seguir. A veces no habrá una última conversación. Ni una disculpa. Ni siquiera una explicación. Y está bien. Tu sanación no depende de ellos. Depende de ti.

Y si aún te cuesta, si todavía sientes ese nudo en el pecho que no sabes cómo desatar, el tarot puede ayudarte a mirar desde otra perspectiva. No te dirá lo que quieres oír. Pero te mostrará lo que necesitas ver.

A través del Tarot de Jesús, muchas personas han comprendido que ese apego no es castigo, sino parte del proceso. Que no se trata de olvidar de golpe, sino de recordar sin que duela. De poder mirar hacia atrás con gratitud, y hacia adelante con esperanza.

Nadie te dice que será fácil. Pero sí te aseguro esto: no estarás así para siempre.

Porque llegará un día —y créeme, llegará— en el que te despiertes sin buscar su nombre en tu mente. Un día en el que alguien te mire de verdad, sin que tengas que suplicar atención. Un día en que el amor te llegue limpio, sin sombras, sin cadenas.

Ese día empieza cuando decides soltar… no al otro, sino a la versión tuya que ya no te sirve.

Tal vez por eso duele tanto: porque no es solo despedirse de alguien más… es volver a encontrarte contigo misma.

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Y cuando eso sucede, cuando finalmente te eliges, el universo lo nota.

Ahí es cuando todo empieza a cambiar.

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