«¿Y si esta fue la única persona con la que podía conectarme de esa manera tan profunda?»
El pensamiento golpea sin aviso. Aparece en medio de una canción, una calle conocida o incluso en la calma de la noche, justo antes de dormir. Y cuando llega, trae consigo la punzada de la duda, la nostalgia convertida en ansiedad, la sensación de haber perdido algo irremplazable.
Es curioso cómo la memoria funciona. No siempre es fiel a la verdad, pero es experta en traer de vuelta sensaciones que creíamos superadas. Como una vieja película en la que ya conocemos el final, pero no podemos evitar volver a verla una y otra vez. Porque en el fondo, lo que realmente tememos no es el recuerdo en sí, sino la idea de que no haya nada más después de eso. Que nunca volvamos a sentir algo igual.
El eco de lo que fue
A veces, los recuerdos aparecen sin previo aviso. No piden permiso, no esperan a que estemos listos. Simplemente se cuelan en nuestra mente y nos obligan a revivir lo que duele. Y el problema no es solo que duelan, sino que nos hacen dudar de nuestro presente.
¿Esa conexión que sentimos con alguien fue única? ¿Estaremos destinados a buscarla en otros sin encontrarla nunca?
Nos aferramos a la idea de que hubo un momento en el que todo encajaba, en el que alguien nos vio, nos entendió, nos sostuvo. Y ahora, al mirar a nuestro alrededor, todo parece frío, distante, insuficiente.
La trampa de la idealización
Lo complicado de todo esto es que el pasado siempre se ve más bonito en retrospectiva. Como una fotografía con un filtro perfecto. Nos enfocamos en lo que fue hermoso y dejamos en la sombra todo lo que no funcionaba. Pero, ¿y si en realidad esa conexión tan profunda también tuvo grietas?
Pregúntate: si esa persona fue tan esencial, tan insustituible, ¿por qué no está aquí ahora?
A veces, no es la conexión lo que extrañamos, sino la versión de nosotros mismos que existió en ese momento. Tal vez fuimos más abiertos, más vulnerables, más dispuestos a sentir sin miedo. Tal vez ahora estamos tan ocupados protegiéndonos que nos cuesta permitirnos nuevas conexiones.
El miedo a no volver a sentir
La ansiedad de perder lo que una vez nos hizo sentir vivos es real. Y es fácil quedarse atrapado en la idea de que el mejor momento de nuestras vidas ya pasó. Pero aquí hay algo que necesitamos recordar: no hay una sola manera de conectar con alguien. No hay una única historia de amor, ni un único vínculo capaz de tocar nuestra alma.
La vida está en constante movimiento. Y aunque ahora parezca imposible, aunque el miedo insista en que nunca volverás a sentir algo igual, la verdad es que las emociones no son finitas. Siempre hay espacio para nuevas experiencias, para nuevas personas que te harán ver el mundo de otra manera.
Abrazar el presente sin miedo al pasado
El pasado no tiene que ser una condena. No tiene que ser una medida con la que compares todo lo que viene después. Lo que viviste fue real, fue importante, pero no significa que sea lo único que podrás vivir.
Así que la próxima vez que un recuerdo doloroso aparezca, no lo rechaces, pero tampoco te aferres a él como si fuera lo único valioso que tienes. Pregúntate: ¿Qué puedo aprender de esto? ¿Cómo puedo usar este recuerdo para seguir adelante en lugar de quedarme atrapado en él?
Quizás el miedo a no volver a conectar de la misma manera solo sea una excusa que nos impide abrirnos a lo que viene. Quizás no se trata de encontrar a alguien que nos haga sentir lo mismo, sino de permitirnos descubrir nuevas formas de sentir.
Y si te das la oportunidad, quizás, sin darte cuenta, un día te descubras sintiendo de nuevo, con la misma intensidad, con la misma profundidad, pero de una forma totalmente nueva. Y en ese momento, te darás cuenta de que nunca hubo una única persona. Hubo momentos, hubo emociones, y habrá muchas más por venir
