«A veces prefiero callarme y no decir lo que siento, para evitar una pelea.»
Es una sensación que muchos conocemos bien. La tentación de guardar las palabras, de morderse la lengua, de mantener la calma a costa de nuestra propia verdad. ¿Por qué? Porque hablar, decir lo que sentimos, a veces parece como lanzar una piedra a un estanque tranquilo, sabiendo que las ondas que se generarán serán más grandes de lo que estamos dispuestos a manejar.
¿Cómo llegamos a este punto? ¿: el miedo, la inseguridad, la necesidad de pertenecer, de no perder, de no destruir.
El peso del silencio
Nos han dicho desde pequeños que “si no tienes nada bueno que decir, mejor te callas”. O tal vez, en el caso de algunos, nos dijeron que “no seas problemático” o “no discutas tanto”. Esas frases, aunque bien intencionadas, calan hondo, ¿verdad? Nos enseñan que los conflictos son algo que hay que evitar a toda costa, y que nuestra paz interior depende de la habilidad de evitar la confrontación.
Pero lo cierto es que en el momento en que decidimos callarnos para evitar una pelea, la carga no desaparece. Al contrario. La carga se acumula en nuestro interior, en un rincón oscuro de nuestra mente, esperando la oportunidad de estallar. Ese silencio que elegimos puede ser una especie de «paz falsa», porque al final, esa verdad que guardamos sigue ahí, pidiendo ser escuchada.
¿Cuántas veces has tenido que tragar tus palabras, hacer de cuenta que todo está bien, cuando en realidad hay algo que no está bien? Y no hablo de algo trivial, sino de esas pequeñas (o grandes) incomodidades que a veces no nos atrevemos a expresar por miedo a lo que podría surgir de ahí: una discusión, una diferencia de opiniones, una ruptura en la armonía.
El problema es que, a largo plazo, el silencio puede empezar a consumirnos. Lo que en principio parece un acto de autocontrol o de inteligencia emocional puede convertirse en una bomba de tiempo. Esa paz que buscamos fuera, en los demás, nunca llegará si no aprendemos a hacer las paces con nosotros mismos.
El miedo al conflicto: ¿Qué hay detrás?
El miedo al conflicto es real y muy humano. Nadie quiere estar en medio de una pelea, ni mucho menos herir a alguien con lo que decimos. De hecho, la mayoría de las veces, cuando decidimos callarnos, lo hacemos para evitarle el sufrimiento a la otra persona. No queremos que se sienta mal, no queremos que nos vean como los «agresivos» o los «conflictivos». Pero, en esa intención de cuidar al otro, nos olvidamos de cuidar algo fundamental: nuestra propia paz.
¿Qué pasa si callamos tanto que, de repente, ya no sabemos cómo hablar? ¿Qué pasa si nos convertimos en expertos en silenciar nuestras emociones, hasta que nos olvidamos de lo que realmente sentimos? O peor aún, ¿qué pasa si, al callar por tanto tiempo, empezamos a perder nuestra propia voz?
Es algo curioso, ¿no? A veces creemos que evitar la confrontación nos protege, pero en realidad, esa evasión constante va erosionando nuestra confianza. Nos quedamos con la sensación de que no tenemos derecho a expresarnos, que nuestras emociones no son tan importantes como las de los demás. Y aquí está el giro: el miedo al conflicto no solo nos priva de la posibilidad de ser escuchados, sino que también nos priva de la oportunidad de entendernos a nosotros mismos.
¿Es el conflicto realmente tan malo?
Aquí es donde la reflexión se vuelve interesante. ¿Es el conflicto realmente tan malo? Pensémoslo bien. Hay diferentes tipos de conflicto, y no todos son destructivos. Un conflicto puede ser simplemente un desacuerdo, una diferencia de opiniones. Pero un desacuerdo no tiene que significar un final, ni una pelea, ni una ruptura.
De hecho, el conflicto, bien gestionado, puede ser una oportunidad para crecer, para aclarar malentendidos, para aprender algo nuevo sobre la otra persona… y sobre uno mismo. La clave está en cómo lo manejamos. ¿Estamos dispuestos a ser vulnerables, a escuchar activamente, a buscar un terreno común? O preferimos, por comodidad, dejar que las palabras nunca salgan, evitando lo que podría ser una pequeña chispa que al final resulta ser necesaria para iluminar todo el espacio.
Claro, hay una diferencia entre una conversación constructiva y una pelea destructiva, y es esa línea la que muchas veces nos cuesta navegar. Pero si hay algo que he aprendido en todo este proceso, es que, a veces, enfrentarse a ese miedo de hablar es lo que realmente nos libera. Hablar no siempre tiene que llevar a la confrontación. Puede ser simplemente una invitación a la comprensión, a la negociación.
La magia de la autenticidad
En el fondo, lo que todos buscamos es ser auténticos. Queremos sentir que estamos siendo nosotros mismos, que nuestras opiniones y emociones son valoradas. Pero, ¿cómo podemos esperar que nos respeten por quienes somos si ni siquiera nosotros mismos nos atrevemos a ser completamente honestos?
Ser auténtico no siempre es fácil, especialmente cuando sentimos que nuestras palabras podrían desbordar el frágil equilibrio de una relación. Pero la autenticidad no se trata de ser rudo o insensible, sino de ser fiel a lo que somos, de permitirnos mostrar nuestras emociones sin miedo a ser rechazados.
Si te callas demasiado, si no expresas lo que realmente piensas y sientes, ¿no es como si estuvieras pidiendo permiso constantemente para existir? Como si tu voz no tuviera el mismo valor que la de los demás. Pero te diré algo: tu voz tiene un valor inmenso, y las palabras que guardas también son importantes. Solo que, a veces, necesitamos el coraje de dejar que salgan, sin miedo a las consecuencias inmediatas.
Un paso hacia adelante
Si alguna vez te has encontrado en la posición de callar para evitar una pelea, quiero invitarte a reflexionar sobre lo que eso realmente significa para ti. ¿Estás realmente protegiendo a alguien, o te estás protegiendo a ti mismo? ¿Qué es lo que temes de la confrontación? ¿Es la incomodidad, o el miedo a no ser comprendido?
Quizá, en lugar de callar, podríamos aprender a comunicar lo que sentimos de manera que invite al entendimiento, no al enfrentamiento. Podríamos encontrar formas de expresar nuestras necesidades y deseos sin temer que nuestra verdad destruya lo que hemos construido. A veces, solo necesitamos un poco más de valentía para mostrar la versión completa de nosotros mismos, incluso si eso significa arriesgarnos a no ser perfectos.
Porque al final, no se trata de evitar los conflictos a toda costa. Se trata de vivir una vida en la que nuestras voces no solo se escuchen, sino que también se respeten. Y ese respeto comienza por darle valor a lo que sentimos, por atrevernos a ser sinceros, incluso cuando el silencio parece más seguro.
Así que, ¿qué pasaría si dejáramos de callarnos tanto? ¿Qué pasaría si, en lugar de evitar el conflicto, aprendiéramos a enfrentarlo con la confianza de que lo que sentimos realmente importa? La paz que buscamos podría estar mucho más cerca de lo que creemos. Solo tenemos que dar el primer paso hacia la autenticidad.