¿Tarot sí o no? Lo que nadie te dice sobre las cartas

“Tarot, ¿sí o no? ¿Tarot, sí o broma?”
Me lo pregunto cada vez que barajo las cartas. ¿Es real lo que veo? ¿Estoy cayendo en un autoengaño disfrazado de destino?

La primera vez que te sientas frente a una lectura de tarot, la mente hace ruido. Mucho. Una parte de ti quiere creer —en el mensaje, en la energía, en las cartas—. Y otra parte te grita: “¡No te lo tomes en serio! ¡No es más que un juego, una ilusión, un autoengaño caro!”

Y sin embargo, ahí estás. Consultando. Volviendo. Preguntando.

¿Por qué?

Porque en lo más profundo de ti, algo resuena. No es racional. Es emocional. Es una necesidad tan antigua como el ser humano: entender. Sentir que hay una dirección, una respuesta, una señal. Que todo esto —la confusión, la espera, el amor que se fue o el que nunca llegó— tiene algún sentido.

Entre la lógica y la intuición

Lo que nos atrapa del tarot no es que lo entendamos, sino justo lo contrario: que nos desarma. Que nos obliga a mirar hacia adentro sin avisar. Un mazo de 78 cartas que, sin conocernos, nos refleja. ¿Casualidad? ¿Sugestión? ¿Arquetipos? Sí, todo eso. Pero también… algo más. Algo que no cabe del todo en palabras.

He visto a personas escépticas llorar al ver la carta del Colgado, porque por fin entendían por qué todo se había detenido en su vida. He visto a otras respirar por primera vez en semanas cuando apareció La Estrella. Porque les devolvía eso que habían perdido: esperanza.

¿?

Quizás el error está en buscar en el tarot una ciencia exacta. Una fórmula. Una verdad universal. El tarot no es una máquina expendedora de certezas. Es más bien un espejo en movimiento, uno que cambia contigo, que te obliga a verte desde ángulos nuevos, incómodos, reveladores.

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Y eso, créeme, no es poca cosa.

Pero… ¿es real o no?

Aquí es donde muchos se quedan atascados: “¿El tarot me dice la verdad o solo lo que quiero oír?” Buena pregunta. Y difícil de responder.

Porque a veces, sí, una tirada puede endulzarte los oídos si quien lee no es honesto. Pero una buena lectura —una honesta de verdad— no esquiva las verdades incómodas. No disfraza. No promete finales felices. Simplemente, abre puertas. Muestra rutas. Ilumina sombras. Y eso puede doler. Pero también puede sanar.

«¿Tarot sí o broma?» — depende de para qué lo uses.

Si lo buscas como una adivinación exacta del futuro, probablemente acabarás frustrado. Pero si te acercas al tarot como una herramienta de autoconocimiento, como una brújula emocional, entonces estarás usando una de las herramientas más antiguas y poderosas de la humanidad.

No necesitas entender cada carta, cada símbolo, cada casa. Solo necesitas una pregunta sincera. Una apertura. Un momento de silencio entre tú y lo que venga. El tarot no exige fe ciega, sino disposición. Ganas de mirar adentro. Nada más… y nada menos.

Historias que no se pueden explicar (pero que se sienten)

Una vez, una mujer me pidió una tirada rápida: «solo una carta, por favor». Le salió el Nueve de Espadas. Se quedó callada. Respiró hondo. Me dijo que esa mañana había pensado quitarse la vida.

No dije nada. Solo le tomé la mano y barajamos de nuevo.

Salió La Fuerza.

No cambió su vida de inmediato, claro. Pero me escribió semanas después. Me dijo que esa imagen —la mujer domando al león con suavidad— no se le salía de la cabeza. Que, por primera vez en mucho tiempo, sintió que tal vez sí tenía una fuerza dentro de sí.

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El tarot, en ese caso, no le predijo el futuro. Le recordó que tenía un presente. Y que podía elegir.

¿Y tú? ¿Qué esperas que el tarot te dé?

Esa es la verdadera pregunta. Porque todo depende de eso. Si buscas que el tarot te diga qué hacer, probablemente te decepcione. Pero si buscas que te ayude a entender cómo te sientes respecto a lo que estás viviendo… ahí sí que puede convertirse en un aliado poderoso.

Es como un amigo que no juzga, pero que te responde con preguntas nuevas. Que no te dice lo que quieres oír, sino lo que necesitas ver.

Entonces… tarot, ¿sí o no?

Eso solo puedes decidirlo tú. No necesitas creer en todo. No necesitas entenderlo del todo. Solo necesitas permitirte la experiencia. Sentarte, barajar, abrir una carta y escuchar lo que despierta en ti.

Quizás no se trata de “creer o no creer”. Quizás se trata de sentir. Y eso… eso no se puede forzar.

Al final, el tarot no es la respuesta. Pero puede ser el inicio de la conversación correcta contigo mismo.

Y eso, créeme, ya es mucho.

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