¿Y si tu intuición contradice al tarot? Esto es lo que pasa

“¿Estoy confiando en mi intuición o en lo que el tarot me está diciendo?”

No sabes cuántas veces he escuchado esa frase. La mayoría la pronuncia con el ceño ligeramente fruncido, como quien lleva días sin dormir bien y ha repasado mentalmente una conversación cien veces. A veces lo dicen casi en un susurro, como si admitir esa duda fuera una traición a su espiritualidad… o a su sentido común.

Y sí, es una pregunta que cala hondo. Porque cuando el corazón va por un lado, las cartas por otro, y la mente se interpone en medio como un árbitro confundido, ¿a quién escuchar?

He estado ahí. Todos los que trabajamos con el tarot o hemos recurrido a él en momentos importantes lo hemos sentido. Esa especie de tirón invisible entre lo que ya sentimos en las entrañas… y lo que el tarot nos muestra como verdad posible, como una ventana que se abre a un paisaje que no esperábamos ver.

A veces, la intuición y el tarot van de la mano, caminando como amigas que se entienden sin hablar. Otras veces, se cruzan como dos trenes que pasan sin saludarse. Y ahí empieza la tormenta interna.

¿Y si no sé diferenciar lo que quiero oír de lo que realmente es?
¿Y si estoy proyectando mis miedos en las cartas?
¿Y si, en el fondo, ya sabía la respuesta, pero buscaba una confirmación externa?

No hay una única forma de enfrentarse a esto. Pero lo primero es aceptar que tener dudas no significa que estés haciendo algo mal. De hecho, es señal de que estás reflexionando, que te importa lo que estás viviendo, que no tomas a la ligera tu camino.

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Cuando estás en una tirada de tarot —ya sea que te la estés haciendo tú o acudiendo a alguien de confianza— y sientes que algo no encaja del todo, esa incomodidad es valiosa. Tal vez no se trata de que el tarot esté «equivocado», sino de que tu intuición te está pidiendo un espacio para hablar.

Porque la intuición… no grita.
La intuición susurra. Y muchas veces, esos susurros quedan tapados por el ruido de nuestras expectativas, nuestros miedos o incluso nuestro deseo de que algo externo nos diga qué hacer.

He tenido clientas que me decían: “Las cartas dicen que él volverá… pero yo siento una paz tan rara cuando pienso en soltarlo, como si algo dentro de mí ya lo hubiera dejado ir”.
Y ahí está el núcleo del dilema: ¿es más sabio escuchar esa paz o aferrarse a lo que el tarot anuncia como regreso?

La respuesta no siempre es clara. Pero aquí es donde la experiencia se vuelve humana. El tarot no es un oráculo que decide por ti, sino un espejo. Uno que refleja lo que tú, a veces, aún no te atreves a ver. O que revela posibilidades, caminos, emociones escondidas… no sentencias grabadas en piedra.

Y cuando se convierte en una herramienta para reafirmar lo que ya sabes —aunque aún no lo hayas querido aceptar—, su magia se multiplica.

Ahora bien, si lo que sientes es confusión, lo mejor que puedes hacer es parar. Respirar. Volver al cuerpo.
¿Qué emoción se mueve en ti cuando piensas en esa situación sin cartas de por medio?
¿. Y escuchar la reacción de tu propio cuerpo.
Si se encoge, si se agita, si se ilumina.

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El cuerpo, créeme, es un oráculo igual de sabio.
Y muchas veces, más honesto que la mente que intenta razonar cada tirada.

Eso no le quita valor al tarot. Al contrario.
Cuando lo combinamos con el silencio interior, con esa escucha intuitiva, el tarot deja de ser una muleta y se convierte en un compañero de viaje.
No está para decirte lo que tienes que hacer, sino para ayudarte a entender por qué sientes lo que sientes.

Y ahí es cuando todo cambia.

Porque dejas de preguntar al tarot “¿me quiere?” para empezar a preguntarte: “¿Por qué necesito que me quiera alguien que me confunde tanto?”
Dejas de decir “¿volverá?” y te atreves a mirar dentro y decir: “¿Y si no vuelve… estoy lista para sanar?”

Quizás esa sea la verdadera función del tarot: no darte respuestas, sino hacerte mejores preguntas.

Y tu intuición, esa que a veces dudas si es real o es deseo, no está peleada con las cartas. Solo quiere que confíes en ella primero. Que la escuches sin filtros, sin miedo a estar equivocada.

Una buena lectura no contradice a la intuición. La confirma, la afina o la invita a mirar desde otro ángulo.
Y cuando eso pasa, el clic interior es imposible de ignorar. Lo sabes, lo sientes. Es como si el alma hiciera un pequeño asentimiento y dijera: “Ahí es”.

Así que si estás en ese punto donde dudas… no huyas de la pregunta. Abrázala.
No necesitas elegir entre tarot o intuición como si fueran bandos enemigos.
Están en el mismo equipo, pero tú llevas la voz cantante.

Cuando te permites integrar ambas cosas —lo que sientes y lo que ves en las cartas— todo cobra más sentido. El camino no se hace más fácil, pero sí más auténtico.

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Tal vez nunca tengas una certeza absoluta.
Pero si cada paso lo das desde la conexión con lo que tú misma sientes, sin entregarle todo el poder a una lectura, entonces la brújula empieza a girar de nuevo.
Y aunque no veas todo el mapa… al menos sabrás hacia dónde sí no quieres volver.

Y eso, a veces, es más que suficiente para empezar.

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